sábado, 27 de octubre de 2012

Por mi madre bohemios*



Aquí les dejo con los recuerdos de Rafael Barajas, rescatado de La ciudad de hierro.

El Fisgón, cartonista.

Durante mi primera infancia viví en la Campestre Churubusco cuando aún había vacas y magueyes (¿qué es eso?) en lo que hoy es el Metro Taxqueña. Recuerdo que había muchas áreas verdes y no le fallábamos diario al futbol por las tardes. La gente salía de su casa para ver cómo se ponía el sol, y observar la manera en que resaltaban a lo lejos el Popo y el Ixta (Se refiere a los volcanes más representativos de México). En ese entonces jugábamos en la calle y no había ni quién nos molestara.
La primaria la hice por el rumbo, en un colegio que estaba entre Universidad y Rio Churubusco. Era una escuela francamente mala pero ahí estaban todos mis cuates. Ahí teníamos un arenal en donde libramos verdaderas batallas con la variante de los caballazos. Durante el recreo siempre se organizaron peleas de box y desde entonces tengo débil el tabique nasal (y quizá desde entonces cartonista). Era un deber de la población estudiantil el entrarle a las peleas. Si no entrabas eras muy mal visto.
Al cine acudíamos casi todas las tardes. Los de cajón (imprescindibles, necesarios)eran La Linterna Mágica y el Manacar. Mis amigos y yo asistimos a la inauguración de este último y fue extraordinario ver La novicia rebelde. Aunque el gusto nos duró poco porque esa misma película se estuvo proyectando a lo largo de dos años y medio (Con los años: Ni las pelís se salvaron de producción desechable).
Entre 1965 y 1966 viví en la colonia Cuauhtemoc. Y el sitio tenía un chistoso sabor (ídem). Yo jugaba con los hijos de varios refugiados españoles que habitaban por el rumbo. Nos divertíamos mucho en un parque donde estaba un monumento a Carranza. Y como mis compañeros de juego estaban politizados, en lugar de policías y ladrones jugábamos a la burguesía contra el proletariado. A los villanos siempre los representábamos como yanquis (gringos). Frecuentábamos el cine Chapultepec y sólo de manera ocasional íbamos al Diana porque costaba ocho pesos, que ya era una suma considerable. La mayoría de las veces la pasábamos en el Lido o el Regis porque ahí daban programas dobles (hasta que también los dueños de los cines se dieron cuenta que los cinéfilos son sumisos).

Nota.- Los asteriscos son del bohemio Elan Aguilar. *Por mi madre bohemios es en memoria del querido y entrañable Carlos Monsivaís.

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