sábado, 27 de abril de 2013

Si no crecemos no podremos saldar deudas

New York Times / 20 de abril 2013

Europa podría aprender mucho de México.

Países que no pueden crecer no pueden saldar su deuda.
Me encontraba en la Ciudad de México en el verano de 1981, recién egresado de la secundaria, cuando José López Portillo, entonces presidente de México, anunció que defendería al peso “como un perro” contra los ataques especulativos.
OMAR TORRES/AGENCE FRANCE-PRESSE Nicholas Brady (izq.) con el presidente mexicano Carlos Salinas (der.), y su Secretario de Hacienda, Pedro Aspe, en 1990.
  Despidió al director de la paraestatal petrolera Pemex por haberse atrevido a reducir el precio del crudo mexicano al tiempo que el petróleo se desplomaba en los mercados internacionales. Congeló las cuentas en dólares en los bancos locales para contener la fuga de capitales.
Sin embargo, en 1982, los intereses de la deuda externa absorbieron casi dos terceras partes de los ingresos por exportaciones del país, la moneda mexicana empezó a desplomarse, y el secretario de Hacienda de México viajó a Washington para anunciar que México no podía cumplir con sus pagos a los bancos estadounidenses y de otros países.
Cambie unos cuantos detalles y el México de los 80 se parece mucho a la mayoría de los países del sur de Europa de la actualidad. La toma de decisiones europea durante la crisis de los últimos años también comparte algo de la naturaleza errática de la política mexicana durante el mandato del presidente López Portillo.
Sin embargo, si acaso hay una lección abrumadora para Europa en la crisis de deuda que azotó duramente a México y a otros países latinoamericanos hace tres décadas, ésta es que los países que no pueden crecer no pagarán. También depende de los acreedores permitirles crecer. A México y a sus prestamistas les tomó siete años darse cuenta de eso. La crisis europea está en su quinto año. Europa podría haber aprendido algo a estas alturas, mas no es así.
Los mexicanos recuerdan lo que sucedió como la “década perdida”. Miguel de la Madrid, quien tomó posesión como presidente el siguiente diciembre, prometió grandes recortes al presupuesto a cambio de créditos puente y de reprogramar los pagos de la deuda.
Eso no funcionó, de manera que México hizo un nuevo trato, obteniendo nuevos préstamos de bancos comerciales, de Estados Unidos y del Fondo Monetario Internacional, a cambio de recortar los empleos y los subsidios del gobierno, de vender compañías paraestatales y de abrir el país al comercio exterior.
A pesar de la austeridad obligada, la deuda externa de México en 1988 todavía representaba el 56,5 por ciento del Producto Interno Bruto, más de lo que era seis años antes.
Esto debe sonar conocido para los desempleados de Europa. Es, de hecho, mucho peor ahí. La economía griega se ha contraído más de un 20 por ciento durante los últimos cinco años. La deuda del gobierno asciende aproximadamente a un 170 por ciento de la economía; era del 100 por ciento cuando empezó la crisis. Las economías de Irlanda, Portugal, España e Italia también son más pequeñas que hace cinco años. La carga de su deuda es más pesada. Y sin embargo, los líderes europeos insisten en que la solución debe ser más de lo mismo.
Los acreedores de México finalmente dieron un giro de 180 grados. Ante el prospecto de una inminente moratoria de pagos mexicana, que podría haber hundido a algunos grandes bancos estadounidenses, Nicholas Brady, entonces nuevo secretario del Tesoro, preparó un plan para que los bancos redujeran las deudas de México en forma “voluntaria”. “El problema era demasiada deuda”, me dijo Brady. “La solución para tanta deuda no es más deuda”.
En 1990, el gobierno del presidente Carlos Salinas de Gortari concluyó el trato. Impulsados por el Departamento del Tesoro y el Fondo Monetario Internacional, los bancos intercambiaron antigua deuda mexicana por bonos Brady respaldados por obligaciones de deuda estadounidense que ofrecían una reducción en el capital, tasas de interés por abajo del mercado o dinero nuevo. La economía de México se expandió un 4 por ciento, el crecimiento más sólido desde 1981.
Los partidarios de la austeridad probablemente notarán que los años difíciles sembraron algunas de las semillas de la recuperación de México. Los banqueros enfatizarán que el paquete de la reducción absoluta de la deuda de México fue pequeño, mucho menor del aproximadamente 50 por ciento ya concedido a Grecia. Los economistas señalarán que México tuvo cierto grado de libertad que no tiene ningún miembro de la zona del euro: pudo devaluar su moneda para ganar competitividad en las exportaciones.
Sin embargo, el plan Brady fue un ingrediente crucial. No solamente redujo los costos de los intereses de México, sino que también produjo una inyección de confianza que impulsó a la baja las tasas de interés locales y mantuvo a flote al peso, reduciendo la carga de la deuda externa. Esto provocó que los capitales fugados regresaran al país y se desatara un auge de inversión.
En un discurso hace casi tres años, Brady se preguntó si algo como el plan Brady funcionaría en estos momentos. “No estoy seguro”, respondió. “El nivel de cooperación que he descrito no sucede por casualidad, o fácilmente”.

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