Escritores fóbicos
Hay novelistas que se obsesionan con su intimidad y viven el éxito con angustia.
Por Julieta Roffo
“Hay una paz maravillosa en no publicar. Es pacífico. Tranquilo:
Publicar es una invasión terrible de mi privacidad. Me gusta escribir.
Amo escribir. Pero escribo sólo para mí mismo y para mi propio placer”.
La frase es de Jerome David Salinger, el autor de una de las obras
literarias estadounidenses -¿y del mundo?- más importante del siglo XX:
El guardián entre el centeno. Y es, además de una respuesta a The New
York Times, una declaración de principios innegociables.
Es que
poco después de publicada su obra emblemática en 1951, cuyos derechos
le permitieron vivir hasta su muerte en 2010, en 1953 Salinger se fue a
vivir a Cornish, una localidad en el estado de New Hampshire,
abandonando su Manhattan natal. Allí se construyó una casa-búnker,
rodeada además de una cerca, para aislarse completamente de miradas
curiosas y de los medios de comunicación, de los que huía activamente.
Salinger,
también autor de Nueve cuentos (1953) y Franny y Zooey (1961),
prácticamente no concedió entrevistas una vez que se mudó a Cornish, y
cuando lo hizo fue con el afán de defender su vida privada o su
escritura inédita, de la que se sabe muy poco aunque se especula sobre
la existencia de mucho material escrito. La mítica que ya giraba
alrededor del escritor por su encierro, se potenció cuando Mark Chapman,
el asesino de John Lennon, aseguró que la lectura de El guardián entre
el centeno lo influyó fuertemente: el día que cometió el homicidio
compró una nueva copia del libro y lo estaba leyendo cuando la policía
lo detuvo frente al edificio Dakota, muy cercano al Central Park.
Es
cierto que las horas de trabajo son indiscutiblemente privadas: Gabriel
García Márquez señaló que se trata de “el oficio más solitario del
mundo; nadie puede ayudarle a uno a escribir lo que está escribiendo”.
Pero Salinger no fue el único que eligió el aislamiento no sólo como una
práctica profesional, sino como un modo de vida, aunque su caso sea
paradigmático.
Cormac McCarthy, también estadounidense y
ganador en 2007 del Premio Pullitzer por su novela La carretera, vive
junto a su esposa y su hijo en la localidad de Santa Fe, en el estado de
Nuevo México. Allí, McCarthy es muy cuidadoso con su intimidad y está
muy alejado de circuito publicitario de la literatura y de ofrecer
entrevistas. Por eso fue una sorpresa para muchos cuando el mismo año en
que ganó el Pullitzer accedió a ser entrevistado por Oprah Winfrey,
referente televisiva de Estados Unidos. McCarthy prefiere estar alejado
de los grandes reflectores, y en Santa Fe cumple un rol muy activo en el
mundo académico, especialmente rodeado de científicos. En la entrevista
que le concedió a Winfrey, el autor de Meridiano de sangre (1985),
sostuvo que los prefiere por sobre sus colegas escritores.
Junto
a McCarthy, el crítico literario Harold Bloom ha seleccionado a otros
tres escritores estadounidenses como los más importantes de su época:
son Don DeLillo, Phillip Roth y Thomas Pynchon. Este último, escritor de
Contraluz (2006), también rehúye de la actividad social y de la
publicidad: en 1997, cuando lo fotografiaron para la cadena CNN, accedió
a conceder una entrevista a cambio de que ese material no se publicara.
Incluso su expediente militar y su legajo en la firma aeronáutica
Boeing han sido destruidos.
Incluso su cara, como la del gran
artista callejero Banksy, es un misterio: cuando Pynchon ganó el
National Book Award por su novela El arcoiris de gravedad, de 1973, le
pidió a un payaso que fuera a retirar el premio en su nombre. Y hasta
Los Simpsons se hicieron eco del enigma: por primera vez en la
decimoquinta temporada, y luego en la siguiente, el escritor aparece en
el mundo de caricaturas amarillas, ambas veces con una bolsa de papel
madera cubriéndole la cabeza. Pynchon fue el primero en reírse de esa
caracterización irónica: aceptó poner su voz en la grabación del
capítulo animado.
Por estas latitudes, los escritores son menos
renuentes a la vida pública, a los encuentros con sus lectores y con
sus colegas: tal vez no sea casualidad que la Feria del Libro más larga
del mundo sea la de Buenos Aires.
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